¿Quién fue Robin Hood?
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Angus Donald, autor de Robin Hood, el proscrito, explica:
Hoy, más de setecientos cincuenta años después de que empezaran a circular las primeras leyendas en torno a él, Robin Hood sigue siendo una figura envuelta en sombras que nos mira oculto en el denso follaje de su bosque, pero que ejerce aún una gran influencia sobre nuestra cultura: novelas, series, películas... Un filón para escritores, guionistas y periódicos. Pero ¿quién fue Robin Hood? Y, sobre todo ¿existió en realidad? Es difícil decirlo. ¿Hubo una vez un proscrito llamado Robert que se ocultó en el bosque de Sherwood, o tal vez en el de Barnsdale, durante la alta Edad Media, y se hizo famoso por robar a los viajeros? Casi seguro que sí. De hecho, al ser Robert un nombre corriente, y al ser el robo el último recurso de muchos campesinos famélicos –y una opción adoptada por no pocos caballeros escasos de recursos–, probablemente hubo varios hombres que encajaron en esa descripción. Tal vez varias docenas. ¿Reconoceríamos a alguno de esos pretendientes como el auténtico Robin Hood de nuestras leyendas modernas, que robaba a los ricos para repartir el dinero a los pobres e intercambiaba agudezas con sus alegres camaradas mientras se daba palmadas en un muslo enfundado en unas calzas verdes? Casi seguro que no.
En la literatura, Robin Hood hizo su primera aparición en un poema de William Langland fechado en 1370, llamado Visión de Piers el Labrador. En él aparece un clérigo perezoso que conoce las historias populares sobre Robin Hood mejor que a sus propios feligreses. De modo que sabemos que las historias tipo culebrón sobre Robin eran un lugar común en el siglo XIV, cuando Langland escribió su poema. Pero hay eruditos que aseguran incluso haber encontrado rastros del hombre mismo. Las primeras referencias a una posible personificación de Robin Hood se encuentran en documentos legales de la primera mitad del siglo XIII. En 1230, el sheriff de Yorkshire redactó una lista de mercancías requisadas a un fugitivo llamado Robin Hood. Otro Robert Hod de Burntoft, del condado de Durham, es mencionado como propietario de unos terrenos en un documento legal de 1244. Más tarde perdió sus propiedades, de modo que es posible que se convirtiera en un proscrito. La cuestión se hace todavía más confusa por el hecho de que en la segunda mitad del siglo XIII los nombres «Robinhood» y «Robehod» aparecen con frecuencia en las actas de tribunales de varios condados del norte. ¿Eran nombres reales, o bien una forma genérica de referirse a un salteador de caminos, o apodos dados a criminales para adornarlos con un poco de glamour por asociación de ideas con un proscrito famoso? No creo que nunca lleguemos a saberlo. Pero lo que sí podemos afirmar es que Robin Hood, si existió, desplegó su actividad a principios del siglo XIII o antes. Si he escogido como época de mi historia los años finales del siglo XII y los inicios del XIII, es únicamente porque las películas y los programas de televisión que vi en mi época de adolescente situaban las hazañas de Robin en ese período.
Personalmente, no creo que lleguemos nunca a identificar a un individuo concreto como Robin Hood. Pero, incluso si lo consiguiéramos, dudo que reconociéramos en él a nuestro caballeroso ladrón que roba a los ricos para favorecer a los pobres: un proscrito medieval sería sin duda un tipo desesperado, sucio, harapiento y muy violento. Tal como yo lo veo, el Robin real debe haber sido una especie de gangster sin escrúpulos. De ahí que en mi libro lo haya descrito como una variante del Padrino de Greenwood. Como ha ocurrido con muchos mafiosos, sus peores crímenes han ido desvaneciéndose en la memoria popular hasta llegar al Robin impoluto que conocemos ahora. Al contrario del Robin real –si es que llegó a existir– el Robin de la leyenda puede adoptar la imagen que uno desee. Espero que los lectores disfruten con mi versión.
Angus Donald
Hoy, más de setecientos cincuenta años después de que empezaran a circular las primeras leyendas en torno a él, Robin Hood sigue siendo una figura envuelta en sombras que nos mira oculto en el denso follaje de su bosque, pero que ejerce aún una gran influencia sobre nuestra cultura: novelas, series, películas... Un filón para escritores, guionistas y periódicos. Pero ¿quién fue Robin Hood? Y, sobre todo ¿existió en realidad? Es difícil decirlo. ¿Hubo una vez un proscrito llamado Robert que se ocultó en el bosque de Sherwood, o tal vez en el de Barnsdale, durante la alta Edad Media, y se hizo famoso por robar a los viajeros? Casi seguro que sí. De hecho, al ser Robert un nombre corriente, y al ser el robo el último recurso de muchos campesinos famélicos –y una opción adoptada por no pocos caballeros escasos de recursos–, probablemente hubo varios hombres que encajaron en esa descripción. Tal vez varias docenas. ¿Reconoceríamos a alguno de esos pretendientes como el auténtico Robin Hood de nuestras leyendas modernas, que robaba a los ricos para repartir el dinero a los pobres e intercambiaba agudezas con sus alegres camaradas mientras se daba palmadas en un muslo enfundado en unas calzas verdes? Casi seguro que no.
En la literatura, Robin Hood hizo su primera aparición en un poema de William Langland fechado en 1370, llamado Visión de Piers el Labrador. En él aparece un clérigo perezoso que conoce las historias populares sobre Robin Hood mejor que a sus propios feligreses. De modo que sabemos que las historias tipo culebrón sobre Robin eran un lugar común en el siglo XIV, cuando Langland escribió su poema. Pero hay eruditos que aseguran incluso haber encontrado rastros del hombre mismo. Las primeras referencias a una posible personificación de Robin Hood se encuentran en documentos legales de la primera mitad del siglo XIII. En 1230, el sheriff de Yorkshire redactó una lista de mercancías requisadas a un fugitivo llamado Robin Hood. Otro Robert Hod de Burntoft, del condado de Durham, es mencionado como propietario de unos terrenos en un documento legal de 1244. Más tarde perdió sus propiedades, de modo que es posible que se convirtiera en un proscrito. La cuestión se hace todavía más confusa por el hecho de que en la segunda mitad del siglo XIII los nombres «Robinhood» y «Robehod» aparecen con frecuencia en las actas de tribunales de varios condados del norte. ¿Eran nombres reales, o bien una forma genérica de referirse a un salteador de caminos, o apodos dados a criminales para adornarlos con un poco de glamour por asociación de ideas con un proscrito famoso? No creo que nunca lleguemos a saberlo. Pero lo que sí podemos afirmar es que Robin Hood, si existió, desplegó su actividad a principios del siglo XIII o antes. Si he escogido como época de mi historia los años finales del siglo XII y los inicios del XIII, es únicamente porque las películas y los programas de televisión que vi en mi época de adolescente situaban las hazañas de Robin en ese período.
Personalmente, no creo que lleguemos nunca a identificar a un individuo concreto como Robin Hood. Pero, incluso si lo consiguiéramos, dudo que reconociéramos en él a nuestro caballeroso ladrón que roba a los ricos para favorecer a los pobres: un proscrito medieval sería sin duda un tipo desesperado, sucio, harapiento y muy violento. Tal como yo lo veo, el Robin real debe haber sido una especie de gangster sin escrúpulos. De ahí que en mi libro lo haya descrito como una variante del Padrino de Greenwood. Como ha ocurrido con muchos mafiosos, sus peores crímenes han ido desvaneciéndose en la memoria popular hasta llegar al Robin impoluto que conocemos ahora. Al contrario del Robin real –si es que llegó a existir– el Robin de la leyenda puede adoptar la imagen que uno desee. Espero que los lectores disfruten con mi versión.
Angus Donald
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